“Nuestro hijo se convirtió en un mártir de esta guerra absurda”

La historia del Capitán Jesús Alberto Solano Beltrán, asesinado con crueldad en Soacha

Alberto no era solamente un Policía, era “el hijo de don Carlitos y la profesora Silvita”, “el de la sonrisa perfecta”, “el niño de los ojos bonitos”, “el muchacho noble”, “el Teacher” o “chuchito”, expresiones que dan cuenta de la forma en que lograba ganarse el cariño de quienes lo conocían. En exclusiva, su familia le contó a Elector por qué, literalmente, era un héroe de la Patria.

Por María Teresa Blanco

redaccion@electornoticias.com

“Ha de entender que nos embarga un gran dolor, que las lágrimas no son suficientes para expresarlo; nos quitaron un tesoro muy preciado. Le recomiendo su prudencia, lo escrito escrito está y por ello respondemos”, fueron las palabras con las que la madre del Capitán Solano, la profesora Silvia Beltrán, inició su relato sobre la vida y la sevicia con la que le arrebataron a su hijo, el orgullo de la familia.

Esta es una de esas historias que no se puede creer, que requiere de mucha fe para aceptar, que nos hace reflexionar sobre el devaluado valor de la vida, que nos hace amar y odiar con la misma intensidad; pero también, que nos hace recapacitar sobre el papel que jugamos como periodistas o ciudadanos del común en una sociedad empobrecida por la falta de educación, podrida por la falta de principios y valores.

El final de sus días, los del Capitán Jesús Alberto Solano Beltrán, no pudo ser mas cruel e inhumano. La sociedad por la que tanto trabajó, la juventud por la que luchó como investigador y profesor, el Estado que defendió y amó, se convirtieron también su verdugo.

La noche del 28 de abril, la primera del Paro Nacional en Colombia, cuando eran las 7:00 de la noche, el Capitán, Jefe Seccional de la Sijín en Soacha, se dirigió con tres compañeros a investigar la destrucción de un cajero automático de ese municipio. Al llegar al sitio, vestidos de civil, empezaron a grabar videos como material probatorio. Pero uno de los más de 10 vándalos que se hacían pasar por protestantes y que luego se convirtieron en asesinos, gritó: “son policías, cójanlos”.

Una carrera por la muerte

A pesar de correr durante más de un kilómetro huyendo de los violentos, Jesús Alberto fue derribado de una pedrada en la cabeza. De rodillas, rogó infructuosamente por su vida. Los furiosos asesinos lo golpearon con sevicia, lo apuñalaron, le quitaron su pantalón, su arma, su celular y lo arrastraron por tres cuadras hasta dejarlo abandonado en la calle 22 con carrera 4, de Soacha.

El 30 de abril, por la gravedad de las heridas, entre ellas seis puñaladas, su vida se apagó. “Nuestro hijo entregó su vida en cumplimiento de su deber, se convirtió en un mártir de esta guerra absurda por la que pasa nuestro país, derramaron su sangre y destrozaron su cuerpo con sevicia y sin piedad alguna. Hechos que evidencian el escaso valor y respeto por la vida del otro, así como, la ausencia y la falta de temor a Dios”, nos relata con el profundo dolor que solo puede sentir una madre, la profesora Ana Silvia Beltrán.

El regalo de Navidad

El 24 de diciembre de 1986, Carlos Julio Solano Salgado, un humilde agricultor, nacido en el municipio de Paratebueno y su esposa, la profesora Ana Silvia Beltrán, oriunda de Ubalá, recibieron uno de los regalos más valiosos de su vida, ese día nació el cuarto de sus hijos: Jesús Alberto, el orgullo que solo los acompañó por 35 años.

Sus familiares y amigos coinciden en que ‘Tutín’, como lo llamaban de cariño, desde muy joven fue amante a los deportes como el ciclismo, el atletismo y el baloncesto. “Siempre recibía un reconocimiento en todas las prácticas deportivas en las que participaba, pues le iba muy bien”, señala Andrea Castro Sánchez, su esposa.

Este joven, muy competente, le gustaba demostrarse a sí mismo que podía superar todas las pruebas que se le presentaran. “En las noches cuando todos querían descansar, él se ponía a estudiar, le gustaban las matemáticas, se destacó por eso, incluso, pasaba noches en vela resolviendo ejercicios de álgebra y si le preguntaban por algo que no sabía, inmediatamente se disponía a estudiarlo”, agrega Andrea.

También, recuerda su familia, se identificaba con la serie ‘Hombres de Honor’, de la que disfrutaba cada capítulo al máximo, incluso, al punto de imitar a sus personajes o recrear escenas en las que incluía a sus cinco hermanos. Seguramente, una de las mayores influencias por las que tomó la decisión de ser policía.

El amor de su vida

Con Andrea, su esposa de 33 años, se conocieron cuando ambos iniciaban el bachillerato en el Instituto de Promoción Social de Ubalá; allí, compartían el gusto por el baloncesto, por lo que coincidían en medio de las competencias de intercolegiados del municipio. Su alegría la cautivó. “Su forma de ser y su sonrisa fue lo que más me llamó la atención. Comenzamos a hablar como amigos y todo se fue dando, una relación muy bonita e inocente para la época”, recuerda esta fisioterapeuta, especialista en Seguridad y Salud en el Trabajo, quien, aseguran sus suegros, fue el primer, único y gran amor del Capitán.

Entre sus múltiples anécdotas, Andrea no olvida el primer regalo por su cumpleaños número 14. “En ese tiempo tuvo que trabajar mucho en el campo para regalarme un peluche, un perrito, que aún guardo desde esa época como un gran tesoro”.

Por algunos años sus caminos se dividieron; Alberto se trasladó a Gachetá para obtener su título de Bachiller Normalista Superior, donde recibió el distintivo como mejor practicante y el primer puesto con el mejor proyecto de grado.

El reencuentro -telefónico- vuelve a darse sin planear. Ella cursaba su carrera como fisioterapeuta en la Corporación Universitaria Iberoamericana, en Bogotá, mientras que él había sido nombrado como docente en la vereda Las Margaritas de Ubalá. Una amiga en común le entregó el número de contacto a Andrea, quien decidió, tímidamente, tomar valor para llamarlo. “Las cosas eran demasiado inocentes en ese entonces, a mí me daba pena llamarlo y hablarle”.

Desde entonces, las llamadas se mantuvieron cada noche. Las empresas de telecomunicación en el país ofrecían una tarjeta recargable para servicios móviles, lo que les permitió conversar constantemente.

El ‘profe’ que quiere ser policía

Mientras ejercía su rol de docente, al que le entregó cuerpo y voluntad, caminando diariamente durante varias horas por una vía de herradura, -corriendo- dicen sus padres, “pues nadie le seguía el paso”, Jesús Alberto les comentó el cambio en su vida. “Esto no es lo mío, quiero servir a mi Patria siendo oficial de la Policía”.

Don Carlos y doña Silvia solo pensaron en los altos costos que implicaba estudiar esta carrera en la Escuela General Santander, en Bogotá; sin embargo, estaban seguros de sus capacidades para lograrlo, su disciplina y esfuerzo en cada cosa que emprendía.

Y así fue: reunió algunos ahorros de su salario, cultivó tomate de árbol en compañía de su padre para conseguir más recursos, sus hermanos redujeron los gastos de la casa y hasta sacaron un par de préstamos. El día llegó. Ingresó a la Escuela de Oficiales con su morral lleno de esperanzas, grandes expectativas y metas por cumplir.

“Tuvimos que comprar toda la dotación que le pedían para ingresar, sin conocer, estuvimos preguntando y cada vez que preguntábamos los precios nos desanimaban; sin embargo, con mucho esfuerzo y deudas se pudieron comprar sus cosas”.

La ‘profe’ Silvia recuerda, además de ese primer día en que lo vio marchar con su traje de gala, el momento en que le entregó el escapulario de la Virgen del Carmen. “Esta será su mejor arma, Dios y la Virgen me lo proteja y me lo guarde”. Entonces, se despidieron, con el corazón en la mano y los ojos nublados, pero seguros de que en la Institución continuaría su formación y podría ayudar a más personas.

Con Andrea se vio personalmente antes de ingresar a la Escuela; y aunque no podían verse ni hablar tan seguido, por la restricción de las llamadas, siempre se mantuvieron en contacto, hasta que, en 2010, después de dos años de relación, decidieron que ya era tiempo de irse a vivir juntos. “Era muy exigente porque no podía sacar notas bajitas. Nunca se quejaba de nada, tenía la mejor actitud ante cualquier situación. Pensaba a futuro, que iba a tener a la familia bien, que iba a aprovechar todas las oportunidades, que esta carrera le brindaría para ser mejor de lo que ya era”.

Su fe, su mejor arma

La partida de Healy Selene, su primera hija, fue una de las pruebas más difíciles en su vida

Coinciden también sus padres, su esposa y su hermana en que, sin duda, el Capitán Solano era un hombre de fe. A lo largo de su corta vida debió enfrentar duras pruebas, entre ellas, la pérdida de Healy Selene, su primera hija, quien murió a causa de una grave enfermedad. Era el año 2014; él ya era subteniente trasladado a la Escuela de Carabineros de Facatativá, mientras ella terminaba sus estudios en Bogotá. “Estuvo muy pendiente de su esposa, a su lado para atenderla y buscar por todos los medios velar por su bienestar; a pesar de las circunstancias, él mantuvo su fe intacta”, recuerda la profe Silvia.

“A Alberto le encantaban los niños, siempre tuvo ese sentimiento de empatía y protección hacia ellos; era como un niño grande. Por esta razón, sus hijas y sobrinos disfrutaban tanto de su compañía, sabían que no llegaba el papá o el tío serio, sino que llegaba su compañero de juegos y su protector”.

A pesar del absorbente deber de su trabajo, siempre lograba distribuir el tiempo entre sus compromisos laborales, estudios y, por su puesto, su familia, el mayor de sus tesoros.

Bendecidos por Dios, en el 2015 tuvieron una nueva alegría: nació Sara Valentina, su segunda hija, con quien buscaba cada espacio para compartir. “Mientras estaba en el trabajo era el Capitán, pero en la casa era Jesús Alberto Solano, el esposo y el papá, el confidente; esos roles él los tenía muy bien definidos”, inmortaliza su esposa.  Un hombre detallista que empezaba cada día con una sonrisa, preparaba el desayuno y asumía la responsabilidad de los oficios de la casa como cualquier civil.

Tareas pendientes

En el hogar algunas tareas quedaron pendientes, no solo para el Capitán Solano, quien le estaba enseñando a su hija a jugar ajedrez, sino para la pequeña, que se había comprometido a enseñarle a patinar a su papá. “Compramos patines para todos y él estaba aprendiendo, nos reíamos demasiado, iba con sus brazos abiertos y cuando sentía que iba a caerse, se agarraba de lo que tuviera cerca. Valentina se sentía muy orgullosa de su papá”.

También disfrutaba ayudar a su padre en las labores del campo; a menudo, tenía una nueva idea o plan para trabajar en la finca, poniendo en práctica algunos de sus conocimientos. Era el hermano consejero, el que encontraba siempre las mejores palabras para expresar su opinión sobre lo que debía o no hacerse.

Académico, investigador y muy aplicado

El 23 de marzo de 2021, un mes antes de su asesinato y después de tres años de investigación, sustentó su tesis para el doctorado en Educación y Sociedad de la Universidad de La Salle, del que solo le hizo falta la graduación. El tema: orientaciones epistemológicas para mejorar la formación de la Escuela de Investigación Criminal en Colombia, la primera en su tipo en Latinoamérica.

En su honor, lo mejor que podría hacer el Estado es revisar sus conclusiones y las ideas propuestas en su estudio y, por qué no, que estas sean tenidas en cuenta en el proceso de transformación que adelanta la Policía Nacional, según las declaraciones del presidente, Iván Duque.

Se postulaba a diplomados, talleres, cursos en línea o presenciales, en derechos humanos, investigación, instrumentos de evaluación, todos con el ánimo de ser cada día una mejor persona. A todos les decía: “sigan estudiando, prepárense bien”.

Viajó a México a realizar sus prácticas de posgrado; fue ponente de un diplomado en El Salvador y en Guatemala, pero aún ante la insistencia de trabajar en el exterior, siempre prefirió su tierra, su amor y compromiso por el país eran inquebrantables. “Pensaba que Colombia era el mejor del mundo, que no había otro igual. Decía que lo mejor que le había podido pasar era vivir aquí”, comentan sus padres.

Cuando se graduó como Magíster en Docencia e Investigación Universitaria llegó a casa y les dijo: “esto es solo un cartón más, lo que vale es lo que uno tiene en la cabeza”. Además, era Administrador Policial, profesional en Criminalística y técnico en Explotaciones Agropecuarias.

Sumó 14 años de servicio, 10 condecoraciones y 132 felicitaciones. Un hombre que creyó firmemente en la importancia de la formación profesional y académica, pero que jamás se dejó llevar por la arrogancia, el poder o el orgullo.

La despedida del héroe

Días antes de la Semana Santa, el Capitán Solano visitó a sus padres y hermanos en Ubalá, les llevó regalos (siempre lo hacía) y estuvo pendiente de su salud y bienestar. Incluso, les contó su intensión de comprar un lotecito para construir su casa en el municipio.

Recuerdo de su último viaje a Cartagena, con su esposa Andrea y su hija Sara Valentina.

El lunes 26 de abril madrugó a trabajar, con la convicción de volver a casa una vez finalizarán las marchas. Pero ese fue el último día que vio a su esposa y a su hija. “Lo recordaré como lo que fue, el amor de mi vida, un excelente papá y esposo, una persona admirable no solo para mí, para mi hija y sus padres, sino para todo un país. Lo recordaré como lo mejor que me ha pasado en la vida”.

Construir vínculos de hermandad y sentir desde la mirada del otro, es el mensaje que hoy le entrega a Colombia la familia Solano Beltrán. “Mi hijo amado, cómo lo vamos a extrañar, serás siempre nuestro orgullo y en nuestros corazones quedarán grabadas todas sus bondades de buen hijo. Que Dios lo reciba como Capitán de la Patria Celestial”.

“De todas formas, les agradezco la oportunidad de enaltecer el buen nombre de mi amado hijo”, concluye la afligida Madre de este colombiano ejemplar, de este héroe de la Patria, del mismo que creyó que todos tenían la oportunidad de redimirse.