Ariel Ávila: politólogo por descarte, periodista por casualidad. Amenazas, atentados y el exilio hacen parte de su cotidianidad

Es cundinamarqués, nacido y criado en la tierra de las momias. De San Bernardo es este joven que soñaba con ser futbolista y dedicar su vida al sector agrario. Sin embargo, por pinochazo, cuenta él, resultó estudiando Ciencias Políticas en la Universidad Nacional, donde adquirió el hábito del análisis y el debate. De su padre, la tradición sindicalista. De su espíritu, las banderas revolucionarias. Actualmente, es periodista, youtuber, profesor, esposo y padre. Además, la piedra en el zapato de la derecha extremista.

Por Redacción Elector

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Ariel Fernando Ávila Martínez es un hombre de estatura media, delgado, de cabello muy lacio y negro; con pinta –y discurso– de intelectual apasionado; muy vanidoso –confiesa–, empático con el periodismo, amable y muy metódico en su discurso, del que no deja escapar sensibilidades efímeras o respuestas muy personales. Tal vez, porque lo han querido asesinar en varias oportunidades.

La primera vez fue entre 2010 y 2011, cuando adelantaba una investigación para la Corporación Nuevo Arco Iris sobre la frontera colombo venezolana, que le arrojaba como resultado la peligrosa relación del exgobernador de La Guajira, Francisco José ‘Kiko’ Gómez, con la banda criminal del narcotraficante y exparamilitar Marquitos Figueroa.

Desde esa época, el hoy subdirector de la Fundación Paz y Reconciliación, con máster en sociología, profesor de la Universidad Externado de Colombia y columnista de diferentes medios nacionales e internacionales, sufre en carne propia la violencia exacerbada del narcotráfico y el paramilitarismo en Colombia.

Ávila, nos dejó entrar a su casa, de la que poco puede salir por seguridad; a su infancia, de la conserva los mejores recuerdos; a su trabajo, del que vive con pasión, aunque sufra los vejámenes de la censura, la violencia y la intimidación; también, a su familia, de la poco habla y mucho debe proteger.

Entre otras decisiones develadas, el autor de libros como: Detrás de la guerra en Colombia, La Frontera caliente entre Colombia y Venezuela, Los mercados de la criminalidad urbana en Bogotá o Democracia en Venta; tendrá que definir si se lanza o no al Senado por los verdes, por el Partido Liberal o acompañando a Gustavo Petro, antes del mes de septiembre de este año. A continuación, un aparte de su entrevista.

Para huirle a la violencia, los jóvenes de San Bernardo se concentraban en el microfútbol

Elector: ¿Cómo recuerda su niñez?

Ariel Ávila: “Viví en los años 80 en San Bernardo (nací en 1983) y hasta 1998 estuve allá. Fue una niñez normal. Estudié en la Normal y me pasé a hacer el bachillerato en el colegio que se conoce como el Académico.

Fue una generación que nos caracterizamos por la práctica del deporte. Mucho baloncesto, fuertes en voleibol (hace famoso al pueblo por su nivel), pero elegí el microfútbol; recuerdo tanto las goleadas que nos metían Soacha y Fusagasugá, pero ahí competíamos. En voleibol nadie nos ganaba. Los jóvenes teníamos mucho deporte. En mi época no era tan amplia la oferta cultural, ahora entiendo que sí.

Elector: ¿Qué anécdota de niño nos puede compartir?

AA:Las anécdotas son unas dos o tres. La primera, la toma guerrillera al pueblo, fue en 1994. Yo estaba a esa hora jugando en la cancha de fútbol un partido de eliminatorias con el equipo de Silvania, pero no se pudo realizar por ese motivo. Era un juego de departamentales para pasar a los juegos nacionales. Recuerdo que las profesoras nos encerraron en el patio. Llegó mi papá, nos sacó y nos llevó a la casa. No sé si jugamos la semana siguiente, si ganamos o perdimos.

Otra del anecdotario, las ferias y fiestas, nadie se las perdía, eran muy famosas. Recuerdo los primeros amores, las primeras salidas, de eso sí me acuerdo, no era fácil buscar plata porque andaba uno siempre alcanzado, entonces tocaba buscar unos 20 amigos para algo decente para la fiesta. Eso siempre era en el parque, que, a propósito, el alcalde que llega lo cambia para dejar su emblema, en esa época era de ladrillo, diferente al de ahora.

Recuerdo, igualmente, la llegada de una Vuelta del Porvenir a San Bernardo, la primera que llegaba al municipio. El tramo final, los dos últimos kilómetros de ascenso, eso generó mucha emoción, eso lo tengo marcado, la gente gritando… y un campeonato de microfútbol, eran muy famosos en la época, porque venían equipos del nivel nacional.

¿Los juguetes?: dos triciclos, una bicicleta y muchos balones. En las navidades recuerdo a mi hermano pidiendo un juego que se llamaba las pulgas locas, pero fue imposible por las dificultades económicas. Muchos de los juegos de la época no se podían porque no había plata o porque era imposible venir a Bogotá a comprarlos. Nunca hubo pulgas locas (entre risas).

Lo otro que me acuerdo mucho era la ropa. Al pueblo llegaba la ropa, la que ya no era vendible en las ciudades. Los zapatos de charol y los pantalones de pana, pero nunca los jeans rotos, con estampados, esos nunca llegaron. Uno iba a Fusagasugá y eso era carísimo. Uno veía en televisión y se preguntaba por qué no puedo. Eso sí lo recuerdo.

Elector: ¿De qué equipo es hincha? ¿De qué jugaba?

AA: “Del Atlético Nacional, seguro por el título de la Copa Libertadores del 89. Recuerdo el partido de la supercopa y en especial el golazo que le hace Diego Osorio al River Plate, como de media distancia. Yo jugaba de arquero por la lesión de uno de los compañeros, pero regularmente lo hacía de central a la derecha y mi hermano gemelo de marcador a la izquierda.

Mi niñez fue dura, pesada porque en esa época San Bernardo y toda la región del Sumapaz estaba azotada por el conflicto armado en los años 94, 95 y 96; por eso los jóvenes nos concentrábamos en las canchas de microfútbol.

Elector: Un hermano gemelo. ¿Se intercambiaban para confundir?

AA: Es idéntico, es ingeniero electrónico. Nos parecemos casi en todo, menos en la carrera que escogimos. Es muy parecido físicamente y en la personalidad. Mis abuelas nunca nos pudieron distinguir, nos decían papito, pues no nos identificaban con precisión. No nos podrían decir Ariel o Leonardo.

Recuerdo que mi hermano era muy malito en inglés y en dibujo, entonces yo lo reemplazaba y el me sustituía en los exámenes de matemáticas. Una vez los profesores se dieron cuenta y casi nos echan, pero lo hicimos muchas veces. En una oportunidad hasta nos intercambiamos de novia, eso fue en una miniteca, cuando encerraban los salones con bolsas negras para oscurecer, pero eso nos generó muchos problemas.

Elector: ¿Qué podemos conocer de sus padres?

AA: “Mi papá, Luis Fernando, solo pudo hacer hasta décimo bachillerato y mi mamá, escasamente la primaria. Él trabajó en la Caja Agraria, donde hizo toda una escuela sindical, luego llegó a trabajar en una peluquería y a tener una buena relación con el sector agrario de San Bernardo. Ahí cogió mucha fuerza por su trabajo agrario. Militó en varios partidos de izquierda. Mi mamá es ama de casa.

Mis abuelos paternos se dedicaban al comercio, tenían un local de fritanga, donde la lechona era muy famosa… eran de Boyacá, el abuelo de Chiquinquirá y la abuela de Sutamarchán.  Mis abuelos maternos dedicados al campo. Mi abuela es de Cáqueza. Ellos forman parte de lo que denominan los historiadores la colonización silenciosa, debido a la violencia.”

Elector: ¿Qué marca su proyecto de vida?

AA: “Lo marcó mi papá por su formación política, de tradición sindicalista. Eso se confirma cuando paso a la Universidad Nacional; se desarrolla rápidamente. Lo otro que me marcó fueron unos dos o tres profesores, uno de ellos ya murió, quienes me meten en el análisis. No había clase de historia, entonces nos dictaban ciencias sociales y política colombiana.

De sus mayores tristezas recuerda una masacre en el corregimiento de El Tigre, en Putumayo, “en ese lugar los paramilitares descuartizaron gente de toda”

Elector: ¿Qué lo entristece? ¿Qué lo aflige?

AA: “Fue muy dolorosa la muerte de mis abuelos, eso fue dos años antes de salir de San Bernardo. Épocas muy difíciles pues mi padre sufrió un accidente… Uno en esto, a veces se vuelve muy insensible, por haberlo estudiado, pero hay dos cosas que me entristecen. Las zonas donde hay ciclos de guerra, donde viven amigos campesinos. El año pasado mataron a un amigo, a un líder social, Marcos Rivadeneira, eso se conecta con mi primer trabajo en Colombia, que fue en el Putumayo entre 2007 y 2008. En ese momento lo conocí; a él lo matan el año pasado. Por eso escribí el libro ‘Por qué los matan’. Eso me marcó mucho. Tengo todos mis amigos líderes y a todos los amenazan. Es como una historia de vivir a toda hora en la guerra, eso me entristece mucho.

El segundo caso es el de la violencia policial. Esa cantidad de jóvenes asesinados, eso no debería ser. Entristece mucho, uno habla con las mamás de ellos, ahora en mi trabajo periodístico las entrevisto, pero eso es muy dramático, muy duro.

Recuerdo anécdotas de tristeza, unas muy duras. Por ejemplo, lo que ocurrió en el corregimiento de El Tigre, en Putumayo, en ese lugar los paramilitares descuartizaron gente de toda. Tengo una imagen en mi mente después de una masacre, yo llego y a una señora le habían matado a su hijo, había visto cómo lo ejecutaron, ella tenía la mirada perdida en el horizonte, no sabía lo que hablaba, estaba en un choque mental; eso no se borra, lo recuerdo. No lloro, pero cada cierto tiempo vuelvo a esa imagen. Desde esa época no voy al Tigre, prefiero ir a otro punto. También tengo imágenes similares en el sur de Bolívar o en el Cauca. Lo que sí me hace llorar son las penas de la familia, eso sí, y mucho.

Alegrías fueron muchas. Las de la familia, las de ganar campeonatos de fútbol con mi hermano, las de paseos. Lo bueno de los pueblos es que se encuentran alegrías de forma constante.

Elector: ¿Cómo fue el tránsito de San Bernardo a Bogotá?

AA: “Pasaron muchas cosas, pero hubo una confluencia de todas. Primero, estábamos en 1998, en una situación muy compleja del pueblo. Había mucha presencia de las Farc. Pero empezaban a llegar rumores de la llegada de los paramilitares. Una situación compleja, especialmente para mi papá por su trabajo. Un tema de miedo.

Lo segundo que sucedió es que un narcotraficante, que ya murió, se llamaba Ricardo Pedraza, no obligó a vender todo lo que teníamos porque él simplemente quería. Finalmente, mi papá no quería que nos quedáramos con mi hermano, nos decía que teníamos que proyectarnos o nos íbamos a enterrar. Con esas tres cosas tomamos la decisión de salir.

Ciencia Política, el pinochazo que lo llevó a la investigación y a trabajar con León Valencia en la Corporación Arco Iris

“Llegamos aquí casi sin nada, a una zona que se conoce como Class Roma, en ese momento era un basurero, hoy es un gran barrio, ahí estudié décimo y once, salones llenos de gente. Yo quería estudiar, pero la familia tenía demasiados problemas; mi hermano también lo quería hacer. Entonces, yo me presento a la Nacional. Ciencia Política, eso suena bien, pensé. Una vez el profesor Vigoya me dice: usted es bueno para eso, yo digo: bueno. Me metí; y esa es la verdad, para qué les digo mentiras, así fue.

Aun no entiendo cómo pasé a la Universidad Nacional. No tenía plata para pagar mi semestre, eran 62 mil pesos. Aparece un profesor, se llama Gustavo Puyo, que ve mi necesidad y me invita a trabajar con él como su monitor. Allí me pagaban como 200 mil pesos; me alcanzaba para el transporte, las copias y el semestre.

Ese profesor me vincula rápidamente en grupos de investigación. Ahí, en ese momento, incursiono en el análisis de seguridad y conflicto armado. Posteriormente, una amiga, Laura Bonilla, me llama y me dice que había una convocatoria en una ONG que se llama Arco Iris, no sabía qué era, solo algo había escuchado por un tema de la parapolítica, por eso era famosa. Era León Valencia.

Mi amiga me dice que me presente y yo lo hago. Se postulan 101 personas para un puesto, quedamos tres, entre ellos, una chica que venía de estudiar de una universidad de Estados Unidos que se llamaba Berkeley. Me dije: yo no pasé. ¿Ahora qué hago? Me tocó de último, primero entrevistaron a las dos chicas y yo pasé de tercero. Entro y mi jefe, León Valencia, me dice: usted quedó contratado como asistente de investigación en materia de conflicto armado para trabajar en el tema de Farc, ELN y paramilitarismo. Comencé llenando bases de datos en Excel, desde bien abajo.

Después, a la jefa mía, a Laura Bonilla, le iban a hacer un atentado; sale desplazada para España, entonces, yo asciendo en el cargo. Luego seguía Claudia López, que se va a hacer un doctorado, y yo asciendo, hasta que terminé siendo el segundo del centro de investigación.

Elector: ¿En qué momento toma la decisión de formar una familia?

AA: “Siempre me gustó una compañera en la universidad y en el último semestre nos cuadramos. Desde ahí comenzó la construcción de la relación, ella viajó dos veces fuera del país, a estudiar en Inglaterra. Yo estuve dos veces fuera, en Italia, en Estados Unidos, en cortas temporadas, y así fue que coincidimos. De ella me marcaron varias cosas, no solo fue una, fue toda la persona.

Decidimos tener el niño después de los 30 años, no fue fácil buscarlo, pues ya éramos mayores de 30; y después de dos años se logra. Es un choque de vida. Si uno tiene un hijo, uno estrena la mitad del corazón, porque hay una mitad del corazón que no se estrena si no se tienen hijos. Hay una mitad para el resto de la familia y otra para los hijos. El amor es impresionante, pero al mismo tiempo una preocupación constante, un cambio de vida permanente.

Elector: ¿Cómo ataca al miedo, a esa situación de constante temor por su seguridad, por la de su familia?

AA: “Es una situación muy difícil, porque vivo lleno de escoltas y de amenazas. Vivo prácticamente ocultando a mi familia. No puedo tener fotos públicas con mi hijo ni con mi compañera. Cada vez que viajo, le pido a mi compañera que viaje a donde su familia para que no se quede sola. Eso es muy complejo, realmente muy complejo; no poder salir a centros comerciales, a lugares públicos. Por eso digo que llevo en pandemia como seis años. Esa vida de familia, de ir al parque, aquí no pasa.

Ha sido víctima de panfletos, llamadas, una moto bomba, esconder a su familia y vivir en constante zozobra. Aún así, cree en la paz.

Elector: ¿En qué momento comienzan las amenazas, que fibra tocó?

AA: “Hubo un hecho. Claudia López se va a hacer su doctorado. A nosotros nos había financiado la Embajada Noruega un estudio en el periodo 2010 – 2011 (gobiernos Uribe – Santos) sobre la frontera colombo venezolana.

Yo paso a dirigir mi primera investigación, mi jefe me da el voto de confianza. Una investigación inmensa, como de un millón de euros. Llego a la Guajira y una de las investigadoras me habla sobre una información de un exgobernador, en ese momento candidato a la gobernación, aliado con un narcotraficante. Tenemos entonces tres informaciones delicadas, pero la más importante es esta. Decidimos sacarla al público y ahí fue el acabose.  El gobernador se llama Juan Francisco Gómez Cerchar, más conocido como ‘Kiko Gómez’, hoy preso por homicidios.

Elector: ¿Cómo llegan las amenazas?

AA: “De muchas formas. El primero, un panfleto, pero la más delicada una llamada. Me decían que me iban a descuartizar – y te vamos a dejar la jeta llena de moscos–.

Luego, el director de la UNP, un señor que se llamaba Andrés Villamizar, me llama y me reúno con él dos días antes de que me fueran a hacer un atentado. Me dice: le van a meter una moto bomba, la van a dejar parqueada como si fuera una venta de domicilios y cuando su carro esté entrado al parqueadero se la van a hacer estallar. Él me da varias alternativas. Una, hacemos el escándalo ya, usted se va del país, se busca a dónde, pero los que van a hacer el atentado se nos vuelan. Dos, usted sigue con su vida normal, los intentamos coger antes de que hagan el atentado –de eso me avisaron un lunes festivo y eso iba a ser el miércoles–. Y tres, lo trasladamos ya y no decimos nada, para ver si los podemos coger. Usted decide.

Yo estaba sentado con León, Claudia al teléfono y estaba también Gonzalo Guillen, el periodista. León decide sacarlo al público y se forma el escándalo. Al otro día me llama el embajador de Estados Unidos, el señor McKinley, quien me dice que me van a sacar; y por ello me voy a Washington a vivir por varios meses.

Fue la primera vez que me fui a vivir fuera por una amenaza seria, aunque en Italia estuve también por una menor. Tiempo después regreso a lo mismo, a una investigación importante en 2012.

Elector: ¿Ha pensado en dejar de investigar?

AA: “No. Mi papá tuvo que vivir muchas cosas por su trabajo de izquierda y él sufrió amenazas; todo por el 1% de lo que yo he hecho. Yo la he tenido más fácil que mi papá, la idea es que mi hijo la tenga más fácil que yo. Es que, si mi hijo hace el mismo papel que hago yo, en unos 15 años él no va a sufrir. Yo creo que el país sí va a mejorar, la gente es muy pesimista. Si comparamos lo que pasó con la Unión Patriótica, donde mataron a medio mundo, este mundo sí ha cambiado. Yo digo: la siguiente generación debe estar mejor.

Elector: ¿Ha sentido la muerte cerca?

AA: “Sí, en el Guaviare. Yo acababa de sacar un informe sobre grupos neoparamilitares luego de la desmovilización paramilitar, en 2009. Me voy con un Defensor del Pueblo al corregimiento de Puerto Elvira. En un momento siento 10 personas a mi lado y veo que se baja de una camioneta un tipo que se llamaba ‘Cuchillo’, entonces pensé, aquí sí fue. El tipo se me acerca y me dice yo sí sé quién es usted, algún día le daré una entrevista, usted dice muchas verdades, pero le faltan otras. Se volvió a montar a la camioneta, dejó pagas las gaseosas que nos estábamos tomando y se fue. Nunca fui capaz de decirle nada, quedé mudo.

Cuando yo lo veo y me dice el Defensor del Pueblo, ese es Cuchillo, yo digo: aquí fue, me morí, no me despedí de mi familia, me llevaron. Pasé un susto terrible.

Elector: ¿Qué viene para Ariel Ávila, senador?

AA: “A mí me ha llamado Gustavo Petro, me llamó el Partido Verde y César Gaviria a ofrecerme Senado, es una posibilidad, no lo voy a negar aquí, no puedo decirle mentiras.

Inicialmente, les dije que no, ellos me dijeron que lo pensara de aquí a septiembre; y ahí tomaremos una decisión. Sí me han llamado y les agradezco que me tengan en cuenta.

El tema no es si me pica o no la política, sino si quiero darle ese giro a mi vida siendo tan exitoso en lo que hoy ejerzo. Si decido que no, en septiembre vienen grandes cosas en medios de comunicación, sobre todo de cara al análisis electoral; ya lo tengo todo planeado, vamos a hacer un buen ejercicio electoral y viene un gran tema digital, potentísimo. Lo tercero es si me voy a hacer un doctorado afuera, eso también cabe.

Elector: ¿Cree en la paz?

AA: “Sí. La gente no está condenada a vivir en guerra, tenemos derecho a la paz, aunque parezca difícil. En el proceso de paz, de 10 escalones que tocaba subir, logramos escalar 4; lo que tenemos que garantizar en los próximos años es terminar de subir esos 6 que nos quedan aún pendientes. Este es un mejor país y en unos 15 años logremos consolidar la paz.

Elector: ¿Teme por su vida?

AA: “No. Estoy tranquilo.