Día del campesino: un día de conmemoración, una historia de lucha, un futuro de reivindicación

Por: Julio Roberto Salazar Perdomo

@juliorobertosalazarperdomo

Ingeniero Civil

Especialista en Gerencia del Medio Ambiente

Candidato a Magíster en Gerencia para el Desarrollo

A propósito del Día del campesino, cuando muchos publican en sus redes sociales, suntuosos y condescendientes, mostrándose amables y cercanos con uno de los sectores más valiosos de la sociedad (tristemente, el más abandonado), permítanme hacer algunas reflexiones acerca del papel de los campesinos. También, proyectar lo que para mí es un sueño, la transformación real del campo en Colombia.

La historia del campo en este país se puede leer en falta de conocimiento y apatía, tanto del Estado, como de las ramas del poder y la misma ciudadanía, hacia la población campesina. No se ha querido entender que existe una enorme posibilidad de desarrollo en este sector; por el contrario, quienes han estado cerca a la concepción de las leyes, le han dado la espalda, aprobando peligrosos Tratados de Libre Comercio, que, mal concebidos, empujan la economía campesina hacia el abismo.

Y es que las tareas de quienes forjan el sector agropecuario, son, de lejos, las más sacrificadas y las menos reconocidas por la sociedad; largas horas al rayo del sol o bajo el agua, soportando la inclemencia del tiempo; extenuantes jornadas doblando la espalda, golpeando al mundo; años de labores con las manos untadas de barro, labrando la tierrita.

En tiempos de crisis, como el de la pandemia que hoy nos agobia, los campesinos han mostrado su talante y gran capacidad para producir los alimentos y llevarlos a las grandes ciudades y municipios del país; sin lugar a dudas, la hambruna hubiese tenido otras consecuencias de no ser por esa labor cotidiana, ejecutada con amor, convicción y devoción por cada tarea que emprenden.

¡Es necesario el reconocimiento, sí! Claro que es necesario. Pero no solo de un día, a través de una imagen o del post del momento; no solo a través de las cuentas de Facebook, Twitter o Instagram de quienes, por cierto, poco conocen las realidades que viven los campesinos en sus territorios. El Día del campesino no puede convertirse en un discursillo prometedor, no puede quedarse en una mención al campo cuando solo se conoce el de golf o el de tenis; hay que haber pisado el de tejo, el de la placahuella, el del cultivo.

A los campesinos hay que empezarlos a mirar de otra forma, hay que verlos con los ojos de quien mira a quien le permite alimentarse y nutrirse para la vida; hay que mirarlos con inmensa gratitud y tratarlos con el mismo afecto que ellos cultivan y cosechan su parcela; hay que emprender procesos concretos que se materialicen en el bienestar colectivo de este sector, fundamental para la vida económica y social. Tenemos que entender sus experiencias, sus frustraciones, sus sufrimientos, así como sus expectativas, sus anhelos y sus sueños, tenemos que interpretarlos y que esos sueños se vuelvan los nuestros.

La responsabilidad es de todos

Tenemos una responsabilidad histórica con nuestros campesinos; es necesario emprender ese propósito de entender y enfrentar los problemas del campo, bajo la premisa de que lo que pase en el campo nos afecta a todos, la seguridad y soberanía alimentaria nos impacta sin discriminación.

Y qué mejor momento que este, para pensar en las acciones que permitan una gran transformación de la realidad rural. ¡Debemos integrar las regiones al desarrollo, romper tan enorme inequidad, concentrarse en erradicar la pobreza rural, asegurar los derechos de la ciudadanía en las zonas rurales! Hablamos de un desarrollo que solo se logra cuando integremos la institucionalidad con la ciudadanía, cuando se haga inversión en bienes públicos y se genere el fortalecimiento tanto de la agricultura familiar, como de la empresarial.

En Colombia, desde hace décadas, el sector campesino se convirtió en la víctima directa del conflicto armado, desangrando y empobreciendo cientos de territorios y familias, obligando a hombres y mujeres de buen corazón a aceptar o a participar de otras economías ilegales ante la inviabilidad de la economía agropecuaria.

Las guerras se libran en las zonas rurales, es allí donde afecta directamente causando miseria, reclutamiento forzado o la intrusión a grupos armados ilegales como alternativa de supervivencia; desplazando a miles de personas a las ciudades, aumentando los cordones de vulnerabilidad, obligándolos a ser en un hábitat complejo y distinto. Una guerra que los ha llevado a la muerte y a la desaparición. Pero ellos, nuestros campesinos, nuestros héroes, siguen ahí, firmes, con el azadón y con la voluntad enorme de seguir labrando la vida a pesar de tanto dolor.

Es necesario pensar en el reconocimiento de los campesinos como sujetos de especial protección, que se reconozca el derecho al territorio, al acceso integral y al uso de la tierra; diseñar más y ejecutar programas especiales de desarrollo con enfoque territorial. En materia de infraestructura, es preciso dedicar amplios esfuerzos para llevar más servicios públicos, tener un plan para mejorar las vías terciarias, infraestructura de riego y drenaje, electrificación y conectividad, cobertura de los servicios de energía e internet, más aún, cuando la virtualidad lo demanda.

Se deben generar programas con mayor dedicación en materia de desarrollo social, crear un modelo especial de salud, educación, vivienda, agua y saneamiento básico, dinamizar la economía rural.

Es imperioso, además, garantizar la seguridad alimentaria y nutricional, fomentar la asociatividad, incrementar la asistencia técnica, regular los precios de los agroinsumos; formalización laboral y protección social; proteger y promover el mejoramiento de las semillas, ampliar el desarrollo tecnológico, crear líneas de crédito blando y condiciones justas de comercialización, sin la intermediación que, sin transformar, genera aumento de precios, haciendo que estos sean bajos para quienes se esfuerzan y producen, pero elevados para quienes al final de esa cadena deben incrementar el gasto en la compra de sus alimentos.

Hay que romper, definitivamente, la barrera de creer que el campo es atrasado y la urbe moderna, o que el medio rural es precario y el medio urbano estable y suficiente. Lo cierto es que el campo no existiría sin la ciudad, pero la ciudad tampoco existiría sin el campo. Hay que apelar a la empatía, ponerse las botas y mantenernos cercanos a las realidades territoriales, pero, sobre todo, cercanos a lo más preciado del universo: la gente.

Campesinas y campesinos, reciban nuestro agradecimiento, reconocimiento, amor y voluntad de respaldo, hoy y siempre.

Su amigo,

Julio Roberto Salazar Perdomo